martes, 8 de noviembre de 2016

Del Nihilismo Global al Neohumanismo

DEL NIHILISMO GLOBAL AL NEO HUMANISMO  

Augusto PEREZ LINDO
Publicado en RELACIONES, Montevideo, n.390, nov. 2016, pp. 14-16

            Después de más de doscientos años de intentos por consensuar y aplicar principios sobre la dignidad humana en las relaciones sociales la Humanidad se encuentra actualmente en una encrucijada donde las ideas y los hechos parecen llevarnos más bien a la negación del humanismo moderno.
            Las ideas anti-humanistas se abren camino en todas las direcciones. En la filosofía de Max More  el “trans- humanismo”  anuncia la posibilidad de reemplazar el trabajo humano mediante el recurso sistemático a las innovaciones tecnológicas, a los mutantes biónicos y a la Inteligencia Artificial. También existe la idea del “post-humanismo” defendida por filósofos postmodernos (Lyotard, Braudrillard) que afirman que los principios humanistas fueron superados junto con la modernidad y el Iluminismo. Desde este punto de vista habría que aceptar el fin de los proyectos humanistas, la idea de una sociedad igualitaria, libre, etc.
Todo esto parece todavía muy abstracto. ¿Qué pasa con las relaciones sociales hoy? Analizando las identidades juveniles urbanas en las grandes ciudades uno descubre “tribus” que se autodenominan “ángeles del infierno”, “masacre”, “cadáveres de niños”, “punks”, “skinheads”, “flogers”, “maras”, y tantos otros. A los que hay que sumar las mafias, bandas, “fraternidades”, sectas, que pululan por todas partes en el mundo real y en el virtual. Los grupos terroristas islámicos se hicieron famosos en los últimos años no solo por sus masacres sino también por la eficacia con la que usan las redes sociales para propagar una ideología homicida.
            Las relaciones interpersonales pierden valor mientras en  la dimensión virtual las interacciones se vuelen intensas.  Los “blogers” tienen sus ídolos. En Facebook, Twitter, Instagram y otros sitios se forman conexiones y redes donde además de los intercambios "normales” también se pueden encontrar drogas, pedofilia, prostitución, estafas, violencia, armas y otras cosas. Los servicios de seguridad ya estaban desbordados en la calle por la marginalidad. Ahora se encuentran superados en los espacios virtuales fuera de control. Algunos servicios de inteligencia recurren a los “hackers” para descifrar las tramas virtuales.  
            Durante la mayor parte del siglo XX era relativamente fácil designar las estructuras sociales: los conceptos de  “sociedad”,  “Estado”, “clases sociales”,  “marginalidad”,  eran categorías que nos permitían comprender el comportamiento colectivo. Ahora la “sociedad” resulta un concepto muy “abstracto”. Está desbordado por la “globalización” y también por los nuevos “actores” (tribus urbanas, movimientos sociales, relaciones virtuales, movimientos culturales, mafias, terrorismo, narcotráfico, marginalidad, etc.). Los sociólogos hablan de la “des-sustancialización” de la sociedad para criticar los grandes conceptos colectivos y prefieren hablar más bien de actores, relaciones sociales y sistemas. La idea de la “realidad social” está cambiando. Alain Touraine habla del “fin de las sociedades” (Paris, Seuil, 2013) y señala que hay que salvar el proceso de “subjetivación” de los seres humanos.    
            El Estado es una entelequia que teóricamente tiene como atributo el monopolio de la violencia para evitar que los individuos se maten entre sí. Su función protectora y reguladora lo llevó a garantizar seguridad, salud, educación y bienestar para todos. Ningún Estado ahora se atreve a tanto salvo algunas excepciones como los países nórdicos.
Las clases sociales se volvieron difusas: subsisten las castas en la India, en China el proletariado forma parte de un Estado Comunista y no está permitido que se comporte como tal. En el mundo global se desplazan  cada año unos 60 millones de trabajadores de todas las categorías. Los especuladores financieros forman parte de una nueva clase, los trabajadores independientes a veces forman parte de  una pequeña burguesía y otras veces viven en la marginalidad. Los trabajadores registrados en la industria o la administración pública, están relativamente protegidos y no se identifican con el proletariado tradicional. En algunos casos el funcionariado estatal entraría en la categoría de una “burguesía burocrática” como ya había denunciado Trotzky.  En casi todas partes existen “burguesías políticas” que acumulan poder económico a través de sus inserciones en el poder público. La de las “clases sociales” también resulta problemática.  
            Los que piensan que todo debe funcionar de acuerdo al Estado de Derecho y a los principios de los derechos humanos están cada vez más desconectados de la realidad. En Argentina los jóvenes se refieren con una dosis de desencanto o de cinismo a las situaciones de hecho con la expresión: “es lo que hay”. El pasaje del “deber ser” a “lo que es” significa que se instala una nueva demarcación. Pero, “lo que es” no tiene una inteligibilidad clara y distinta. En términos ontológicos nos encontramos ante una “realidad difusa”, compleja. Bauman habla del pasaje a una “sociedad líquida”. Ya no nos sentimos seguros por pertenecer a una “sociedad” o a un “Estado”.
            La destrucción del medio ambiente y la negación que predomina sobre el tema podríamos considerarla como parte de una “negatividad” más generalizada. La crisis de la socialidad, que incluye la desestructuración de las familias y de los vínculos sociales, aparece claramente como una fuente de negatividades. La cantidad de familias monoparentales es cercana al 20% en América Latina. La cantidad de personas que viven solas está cerca del 40% en las grandes ciudades.  La exclusión social aumentó en Africa, en el Medio Oriente, en Europa, en América durante las últimas dos décadas. La violencia escolar alcanza cifras que van desde 100.000 a 600.000 por año en países como Brasil, México, Francia, Estados Unidos.         Son indicios claros de las crisis vinculares, de la desestructuración de las relaciones familiares y sociales. Pero también indican el surgimiento de nuevas formas de comunicación y de interacción social. Están surgiendo nuevas formas de relacionarse.
Si analizamos los comportamientos y discursos de los actores encontraremos también nuevas formas de negatividad. En este sentido podemos hablar de “nihilismo social”, es decir, la negación de la socialidad, sea bajo la forma del individualismo consumista, sea bajo la forma de la marginalidad extrema, sea en formato terrorista o en formato de exclusión de distintos sectores sociales. Los partidos xenófobos y racistas crecen en Europa. Las guerras tribales o étnicas que significan la negación “del otro” diferente, proliferan en África, Medio Oriente, Asia Central. La desintegración social se manifiesta de mil maneras. Las agresiones virtuales por Internet se multiplican tanto como las violencias urbanas.
            Muchos creyeron que con las declaraciones y convenciones de las Naciones Unidas desde 1948 sobre los diversos problemas mundiales nos acercaríamos a un nuevo sistema internacional más justo, más equilibrado, más sustentable. Quedaron decepcionados. En el contexto de aplicación los principios de las Naciones Unidas nunca estuvieron tan lejos de concretarse. Al punto que muchos hablan de su deslegitimación.  Las personas que siguen pensando en términos de consensos éticos y políticos universales ahora forman parte de una minoría. Se podría pensar que estas minorías constituyen un sector marginal de la Humanidad actual. Una especie de neo-humanismo  motivado por principios que no se aplican.  
La negatividad avanza. Los alcances del “nihilismo social” pueden ilustrarse con los crímenes de los narcotraficantes en México, con los asesinatos masivos de los terroristas islámicos en Medio Oriente, con los derrumbes del Estado en Haiti, El Salvador, Somalia, Siria, Irak, Afganistán, México, Yemen, Palestina, Etiopía, Mali. Más de sesenta países están implicados en conflictos y guerras en Asia, Medio Oriente, Europa y África. Las causas de estas violencias son variadas pero Estados Unidos, Rusia, Francia, Inglaterra, China, tienen claras responsabilidades en cuanto protagonistas, fabricantes de armas y miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Las poblaciones alcanzadas por las guerras, los desastres ecológicos y la pobreza forman un vasto proletariado de centenares de millones de personas en todos los continentes. Michel Rocard, que fue Primer Ministro en Francia, se pregunta si el Occidente y la Humanidad no se están suicidando (Paris, Flammarion, 2015).
Muchos se niegan a reconocer estos escenarios. Resulta comprensible pues  enfrentar problemas insolubles, contemplar con impotencia la destrucción y la autodestrucción de poblaciones, registrar el aumento de la irracionalidad económica, social, política, militar en todas partes nos llena de angustia. Es lógico que nos sintamos impulsados a la negación. Muchos prefieren no informarse sobre lo que pasa. Por otra parte, grandes sectores están tan concentrados en enfrentar sus problemas particulares que no pueden pensar las situaciones globales.
En Paris a fines del 2015 se estuvo decidiendo si se puede estabilizar el cambio climático antes de que devenga catastrófico e irreversible. En Irak, Siria, Afganistán y otros países varios gobiernos trataron de contener las olas terroristas de fanáticos islámicos. En México, en Somalia, en Yemen, en Haití el derrumbe o la impotencia del Estado llegó a límites extremos. En distinta escala se sufren fenómenos semejantes en más de cincuenta países. En Estados Unidos, Europa Occidental y América Latina millones de personas empobrecidas o excluidas por los procesos económicos y sociales están generando comportamientos individuales y colectivos de rechazo o destrucción de las formas actuales de sociedad. Este nuevo proletariado mundial no tiene una identidad, a veces se tiñe de izquierda, otras veces de derecha, otras veces de islamismo o de regionalismo.
Si bien algunos analistas del estado del mundo vinculan entre sí algunos de estos fenómenos lo usual es pensar que estamos afrontando problemas distintos. En consecuencia, se tiende a enfrentar estos desafíos con políticas fragmentarias.  Es lo que se siente en Europa con las políticas económicas y con el drama de los inmigrantes, en Estados Unidos con la inmigración ilegal o la intervención en  Medio Oriente,  en México con la lucha frente al narcotráfico. Lo mismo sucede con las políticas ecológicas de los gobiernos frente al calentamiento global como se ha patentizado una vez más en las Cumbres de Lima y de Paris. Respuestas inadecuadas, limitadas o  insuficientes es lo que estamos viendo.
Pero, ¿qué tienen que ver las actitudes violentas y nihilistas  con la crisis de los vínculos? ¿Qué tiene que ver el derrumbe del Estado con el calentamiento global? ¿Cómo inciden las políticas económicas en el surgimiento del terrorismo islámico?
A estas preguntas se podría responder apelando a las teorías holísticas o sistémicas.  Se podría decir, como se repite al cansancio, que todo está ligado en el mundo global. Es verdad, ahora sabemos que formamos parte del mismo planeta. La meteorología se ha ocupado principalmente de hacernos sentir esta realidad. Los huracanes o las inundaciones o las sequías no tienen fronteras. Pero también nos ha hecho asumir la consciencia global el terrorismo islámico o el crecimiento de las poblaciones excluídas que se manifiesta en todos los continentes.
Lo que nos enseñan los problemas contemporáneos es que no podemos contentarnos con explicaciones monocausales, aunque a todo el mundo le gusta encontrar la “causa única” que explica todas las cosas. Estamos aprendiendo a pensar de manera compleja.
En el libro “Mutaciones” (Bs.As., Biblos, 1993) sosteníamos que estaba surgiendo un nuevo proletariado mundial de pobres, marginados, excluídos, desempleados: el “cuarto mundo”. Muchos movimientos sociales surgieron con esta realidad: Homeless en USA, Sans Logis en Francia, Sem Terra en Brasil, Piqueteros y Villeros en Argentina, Ocupy Wall Street, Indignados en España, Desocupados, Migrantes Indocumentados, etc.  No hay trabajo para todos, no hay lugar para todos en este mundo.
En la medida en que el sistema económico mundial no se muestra capaz de sustentar una sociedad solidaria, las brechas sociales, las desigualdades, se profundizan. Con múltiples consecuencias. El fracaso social de las políticas petroleras en Medio Oriente deja a muchos fuera de un proyecto social. Por eso muchos encuentran en el fundamentalismo islámico un movimiento donde lograr una inclusión y un sentido a sus frustraciones. También fracasaron las políticas alimentarias a pesar de que la capacidad de producción de alimentos supera las necesidades de la población mundial. Por otro lado, los procesos económicos fueron fagocitados por el capitalismo financiero y por la concentración de empresas como muestra Thomas Pikety en “El capital en el siglo XXI” (FCE, 2014)
 El fracaso de las economías a-sociales (o sea, sin sociedad) tiene otras consecuencias profundas. El individualismo capitalista no solo deja al margen a millones de personas sino que también socava los vínculos familiares y sociales. Por eso es que encontramos millones de  personas viviendo solas en ciudades como Tokyo, New York o Buenos Aires. Muchos, niños y  jóvenes elaboran la idea de que la sociedad los condena y por lo tanto asumen actitudes nihilistas: quieren destruir el entorno social. Aparecen niños y jóvenes que destruyen escuelas, que agreden a sus compañeros, que están dispuestos a matar a cualquiera que se interponga con sus deseos. En casi toda América Latina se pueden alquilar jóvenes sicarios para matar a alguien.
El nuevo proletariado, el Cuarto Mundo, asume características diferentes de acuerdo con los contextos sociales o culturales. En los años de 1970 encontrábamos sobre todo movimientos nacionalistas y socialistas entre los sectores excluídos. Ahora encontramos fundamentalistas islámicos, nihilistas, movimientos sociales alternativos, neo-fascistas.  
El fondo de la cuestión es el modelo de desarrollo mundial. Las políticas de acumulación económica (llamadas “de crecimiento”) y las políticas extractivas y depredadoras (petróleo, minería, soja) generaron expansión pero no desarrollo. Encontramos también situaciones aberrantes: millones de personas sin vivienda en España, Italia, Grecia o Alemania y al mismo tiempo millones de viviendas desocupadas que fueron construidas para especular. Algo parecido ocurre en EE.UU. y en China.   
No decimos nada nuevo al afirmar que la ausencia de un modelo mundial de desarrollo repercute en políticas destructivas del medio ambiente o en políticas sociales catastróficas. La página Web de Naciones Unidas está llena de documentos y declaraciones sobre esta cuestión desde 1960. La bibliografía que se puede encontrar en Internet es interminable.
A partir de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos pareció que tanto este país como las otras potencias dominantes iban a concertarse para cambiar el sistema económico mundial. En lugar de eso se tomaron decisiones muy parciales que buscaban salvar al sistema financiero. En la década del 2000 varios países latinoamericanos reaccionaron en otro sentido buscando mejorar la distribución del ingreso y fortalecer la capacidad del Estado para controlar la economía. Pero se empantanaron en el clientelismo político y la corrupción. Perdieron el rumbo. En la crisis económica europea de los últimos años no aparece una voluntad para apoyar una estrategia transnacional que supere los límites del capitalismo vigente.
El hecho de enfrentar crisis tan profundas en diversos planos hace que los actores sociales adopten actitudes nihilistas. Aquellos que hacen del narcotráfico una salida para sobrevivir, o aquellos que se embarcan en el fundamentalismo islámico o aquellos que rechazan las instituciones sociales o del Estado, están movidos por sentimientos de negación o de impotencia. Crecen la anti-política, los movimientos anti-sistemas, los partidos neofascistas y anarquistas. La negatividad se impone en el horizonte existencial de millones de personas.
La razón de las distintas crisis que vivimos (ecológica, social, económica, moral) no se puede encontrar en una sola dimensión de la experiencia social. El calentamiento global es un epifenómeno del modelo económico pero también de un modelo cultural de desarrollo.  El nihilismo social es consecuencia de la exclusión y de la crisis moral. La violencia del terrorismo  islámico tiene que ver con injusticias del orden internacional y con mentalidades fanáticas que también surgen con otras ideologías en Occidente. La deslegitimación o el derrumbe del Estado tiene fundamentos económicos, políticos y culturales. Las políticas de los medios de comunicación social y la viralización negativa en Internet operan como multiplicadores de una cultura de la violencia y de la desligación social.  
Todas estas crisis son efectos de las mutaciones bio-psico- sociales que afectan la evolución de la Humanidad en las últimas décadas. La globalización socavó los estados nacionales. La informatización transformó las relaciones sociales y generó nuevos comportamientos individuales y colectivos. Los cambios en la percepción de las identidades étnicas o sexuales, los cambios en la individuación de los niños, la emancipación de las mujeres, son procesos que alteran los sistemas sociales vigentes. El modelo de acumulación económica centrado en el capital financiero y en las multinacionales polarizó las sociedades y profundizó los desequilibrios.
¿Qué hacer frente a estos escenarios? Hace décadas que se ha planteado en Naciones Unidas la necesidad de establecer un Pacto Mundial para un Modelo de Desarrollo Sustentable y Solidario. Lo cual implicaría reformar el Orden Internacional. Algo que se viene reclamando desde distintas ideologías. En un plano más profundo podríamos decir contra toda desesperación que para salvarnos tenemos que recuperar la solidaridad y la sustentabilidad ecológica.   Nos encontramos entonces en una instancia histórica en la que la especie necesita  renovar sus impulsos primitivos para sobrevivir. Nos vemos obligados a inventar un proyecto de vida en común, a escala planetaria. 
Diversos movimientos y foros sociales intentan reaccionar apuntando a la reconstrucción mundial. Todavía constituyen una minoría. Aunque parezcan el residuo de proyectos humanistas o fósiles de la modernidad, en estos espacios se está formulando una nueva biopolítica para la supervivencia de la especie. El desafío es de esa escala, aunque algunos se confundan con las coyunturas o con las particularidades.

Augusto Pérez Lindo. Dr. en Filosofía (Universidad de Lovaina)  Ex – Profesor titular de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Profesor del Doctorado en Educación de la Universidad de Palermo y del Doctorado en Políticas y Gestión Universitaria de la UNTREF.
Autor de: Mutaciones. Escenarios y filosofías del cambio de mundo (Biblos, 1993); Nuevos paradigmas y cambios en la consciencia histórica (Eudeba, 1999); El mundo en vísperas. Filosofía y consciencia histórica (Biblos, 2012).

perezlindo@gmail.com



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