DEL
NIHILISMO GLOBAL AL NEO HUMANISMO
Augusto PEREZ LINDO
Publicado en RELACIONES,
Montevideo, n.390, nov. 2016, pp. 14-16
Después de más de
doscientos años de intentos por consensuar y aplicar principios sobre la
dignidad humana en las relaciones sociales la Humanidad se encuentra
actualmente en una encrucijada donde las ideas y los hechos parecen llevarnos
más bien a la negación del humanismo moderno.
Las ideas anti-humanistas se abren camino en todas las
direcciones. En la filosofía de Max More
el “trans- humanismo” anuncia la
posibilidad de reemplazar el trabajo humano mediante el recurso sistemático a
las innovaciones tecnológicas, a los mutantes biónicos y a la Inteligencia
Artificial. También existe la idea del “post-humanismo” defendida por filósofos
postmodernos (Lyotard, Braudrillard) que afirman que los principios humanistas fueron
superados junto con la modernidad y
el Iluminismo. Desde este punto de
vista habría que aceptar el fin de los proyectos humanistas, la idea de una
sociedad igualitaria, libre, etc.
Todo
esto parece todavía muy abstracto. ¿Qué pasa con las relaciones sociales hoy? Analizando
las identidades juveniles urbanas en las grandes ciudades uno descubre “tribus”
que se autodenominan “ángeles del infierno”, “masacre”, “cadáveres de niños”,
“punks”, “skinheads”, “flogers”, “maras”, y tantos otros. A los que hay que
sumar las mafias, bandas, “fraternidades”, sectas, que pululan por todas partes
en el mundo real y en el virtual. Los grupos terroristas islámicos se hicieron
famosos en los últimos años no solo por sus masacres sino también por la
eficacia con la que usan las redes sociales para propagar una ideología
homicida.
Las relaciones interpersonales pierden valor mientras en la dimensión virtual las interacciones se
vuelen intensas. Los “blogers” tienen sus
ídolos. En Facebook, Twitter, Instagram y otros sitios se forman conexiones y
redes donde además de los intercambios "normales” también se pueden
encontrar drogas, pedofilia, prostitución, estafas, violencia, armas y otras
cosas. Los servicios de seguridad ya estaban desbordados en la calle por la
marginalidad. Ahora se encuentran superados en los espacios virtuales fuera de
control. Algunos servicios de inteligencia recurren a los “hackers” para
descifrar las tramas virtuales.
Durante la mayor parte del siglo XX era relativamente
fácil designar las estructuras sociales: los conceptos de “sociedad”,
“Estado”, “clases sociales”,
“marginalidad”, eran categorías
que nos permitían comprender el comportamiento colectivo. Ahora la “sociedad”
resulta un concepto muy “abstracto”. Está desbordado por la “globalización” y
también por los nuevos “actores” (tribus urbanas, movimientos sociales,
relaciones virtuales, movimientos culturales, mafias, terrorismo, narcotráfico,
marginalidad, etc.). Los sociólogos hablan de la “des-sustancialización” de la
sociedad para criticar los grandes conceptos colectivos y prefieren hablar más
bien de actores, relaciones sociales y sistemas. La idea de la “realidad
social” está cambiando. Alain Touraine habla del “fin de las sociedades” (Paris,
Seuil, 2013) y señala que hay que salvar el proceso de “subjetivación” de los
seres humanos.
El Estado es una entelequia que teóricamente tiene como
atributo el monopolio de la violencia para evitar que los individuos se maten
entre sí. Su función protectora y reguladora lo llevó a garantizar seguridad,
salud, educación y bienestar para todos. Ningún Estado ahora se atreve a tanto salvo
algunas excepciones como los países nórdicos.
Las
clases sociales se volvieron difusas: subsisten las castas en la India, en China
el proletariado forma parte de un Estado Comunista y no está permitido que se
comporte como tal. En el mundo global se desplazan cada año unos 60 millones de trabajadores de
todas las categorías. Los especuladores financieros forman parte de una nueva
clase, los trabajadores independientes a veces forman parte de una pequeña burguesía y otras veces viven en
la marginalidad. Los trabajadores registrados en la industria o la
administración pública, están relativamente protegidos y no se identifican con
el proletariado tradicional. En algunos casos el funcionariado estatal entraría
en la categoría de una “burguesía burocrática” como ya había denunciado
Trotzky. En casi todas partes existen
“burguesías políticas” que acumulan poder económico a través de sus inserciones
en el poder público. La de las “clases sociales” también resulta problemática.
Los que piensan que todo debe funcionar de acuerdo al
Estado de Derecho y a los principios de los derechos humanos están cada vez más
desconectados de la realidad. En Argentina los jóvenes se refieren con una
dosis de desencanto o de cinismo a las situaciones de hecho con la expresión:
“es lo que hay”. El pasaje del “deber ser” a “lo que es” significa que se
instala una nueva demarcación. Pero, “lo que es” no tiene una inteligibilidad
clara y distinta. En términos ontológicos nos encontramos ante una “realidad
difusa”, compleja. Bauman habla del pasaje a una “sociedad líquida”. Ya no nos
sentimos seguros por pertenecer a una “sociedad” o a un “Estado”.
La destrucción del medio ambiente y la negación que
predomina sobre el tema podríamos considerarla como parte de una “negatividad”
más generalizada. La crisis de la socialidad, que incluye la desestructuración
de las familias y de los vínculos sociales, aparece claramente como una fuente
de negatividades. La cantidad de familias monoparentales es cercana al 20% en
América Latina. La cantidad de personas que viven solas está cerca del 40% en las
grandes ciudades. La exclusión social
aumentó en Africa, en el Medio Oriente, en Europa, en América durante las
últimas dos décadas. La violencia escolar alcanza cifras que van desde 100.000
a 600.000 por año en países como Brasil, México, Francia, Estados Unidos. Son indicios claros de las crisis
vinculares, de la desestructuración de las relaciones familiares y sociales.
Pero también indican el surgimiento de nuevas formas de comunicación y de interacción
social. Están surgiendo nuevas formas de relacionarse.
Si
analizamos los comportamientos y discursos de los actores encontraremos también
nuevas formas de negatividad. En este sentido podemos hablar de “nihilismo
social”, es decir, la negación de la socialidad, sea bajo la forma del
individualismo consumista, sea bajo la forma de la marginalidad extrema, sea en
formato terrorista o en formato de exclusión de distintos sectores sociales. Los
partidos xenófobos y racistas crecen en Europa. Las guerras tribales o étnicas
que significan la negación “del otro” diferente, proliferan en África, Medio
Oriente, Asia Central. La desintegración social se manifiesta de mil maneras. Las
agresiones virtuales por Internet se multiplican tanto como las violencias
urbanas.
Muchos creyeron que con las declaraciones y convenciones
de las Naciones Unidas desde 1948 sobre los diversos problemas mundiales nos
acercaríamos a un nuevo sistema internacional más justo, más equilibrado, más
sustentable. Quedaron decepcionados. En el contexto de aplicación los
principios de las Naciones Unidas nunca estuvieron tan lejos de concretarse. Al
punto que muchos hablan de su deslegitimación. Las personas que siguen pensando en términos
de consensos éticos y políticos universales ahora forman parte de una minoría. Se
podría pensar que estas minorías constituyen un sector marginal de la Humanidad actual. Una especie de neo-humanismo
motivado por principios que no se
aplican.
La
negatividad avanza. Los alcances del “nihilismo social” pueden ilustrarse con
los crímenes de los narcotraficantes en México, con los asesinatos masivos de
los terroristas islámicos en Medio Oriente, con los derrumbes del Estado en
Haiti, El Salvador, Somalia, Siria, Irak, Afganistán, México, Yemen, Palestina,
Etiopía, Mali. Más de sesenta países están implicados en conflictos y guerras
en Asia, Medio Oriente, Europa y África. Las causas de estas violencias son
variadas pero Estados Unidos, Rusia, Francia, Inglaterra, China, tienen claras
responsabilidades en cuanto protagonistas, fabricantes de armas y miembros del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Las poblaciones alcanzadas por las
guerras, los desastres ecológicos y la pobreza forman un vasto proletariado de
centenares de millones de personas en todos los continentes. Michel Rocard, que
fue Primer Ministro en Francia, se pregunta si el Occidente y la Humanidad no
se están suicidando (Paris, Flammarion, 2015).
Muchos
se niegan a reconocer estos escenarios. Resulta comprensible pues enfrentar problemas insolubles, contemplar con
impotencia la destrucción y la autodestrucción de poblaciones, registrar el
aumento de la irracionalidad económica, social, política, militar en todas
partes nos llena de angustia. Es lógico que nos sintamos impulsados a la
negación. Muchos prefieren no informarse sobre lo que pasa. Por otra parte, grandes
sectores están tan concentrados en enfrentar sus problemas particulares que no
pueden pensar las situaciones globales.
En Paris
a fines del 2015 se estuvo decidiendo si se puede estabilizar el cambio
climático antes de que devenga catastrófico e irreversible. En Irak, Siria,
Afganistán y otros países varios gobiernos trataron de contener las olas
terroristas de fanáticos islámicos. En México, en Somalia, en Yemen, en Haití
el derrumbe o la impotencia del Estado llegó a límites extremos. En distinta
escala se sufren fenómenos semejantes en más de cincuenta países. En Estados
Unidos, Europa Occidental y América Latina millones de personas empobrecidas o
excluidas por los procesos económicos y sociales están generando
comportamientos individuales y colectivos de rechazo o destrucción de las formas
actuales de sociedad. Este nuevo proletariado mundial no tiene una identidad, a
veces se tiñe de izquierda, otras veces de derecha, otras veces de islamismo o
de regionalismo.
Si
bien algunos analistas del estado del mundo vinculan entre sí algunos de estos
fenómenos lo usual es pensar que estamos afrontando problemas distintos. En
consecuencia, se tiende a enfrentar estos desafíos con políticas
fragmentarias. Es lo que se siente en
Europa con las políticas económicas y con el drama de los inmigrantes, en
Estados Unidos con la inmigración ilegal o la intervención en Medio Oriente, en México con la lucha frente al
narcotráfico. Lo mismo sucede con las políticas ecológicas de los gobiernos
frente al calentamiento global como se ha patentizado una vez más en las Cumbres
de Lima y de Paris. Respuestas inadecuadas, limitadas o insuficientes es lo que estamos viendo.
Pero,
¿qué tienen que ver las actitudes violentas y nihilistas con la crisis de los vínculos? ¿Qué tiene que
ver el derrumbe del Estado con el calentamiento global? ¿Cómo inciden las
políticas económicas en el surgimiento del terrorismo islámico?
A
estas preguntas se podría responder apelando a las teorías holísticas o
sistémicas. Se podría decir, como se
repite al cansancio, que todo está ligado en el mundo global. Es verdad, ahora
sabemos que formamos parte del mismo planeta. La meteorología se ha ocupado
principalmente de hacernos sentir esta realidad. Los huracanes o las
inundaciones o las sequías no tienen fronteras. Pero también nos ha hecho
asumir la consciencia global el terrorismo islámico o el crecimiento de las
poblaciones excluídas que se manifiesta en todos los continentes.
Lo
que nos enseñan los problemas contemporáneos es que no podemos contentarnos con
explicaciones monocausales, aunque a todo el mundo le gusta encontrar la “causa
única” que explica todas las cosas. Estamos aprendiendo a pensar de manera
compleja.
En el
libro “Mutaciones” (Bs.As., Biblos,
1993) sosteníamos que estaba surgiendo un nuevo proletariado mundial de pobres,
marginados, excluídos, desempleados: el “cuarto mundo”. Muchos movimientos
sociales surgieron con esta realidad: Homeless
en USA, Sans Logis en Francia, Sem Terra en Brasil, Piqueteros y Villeros
en Argentina, Ocupy Wall Street, Indignados en España, Desocupados, Migrantes Indocumentados, etc.
No hay trabajo para todos, no hay lugar para todos en este mundo.
En
la medida en que el sistema económico mundial no se muestra capaz de sustentar
una sociedad solidaria, las brechas sociales, las desigualdades, se
profundizan. Con múltiples consecuencias. El fracaso social de las políticas
petroleras en Medio Oriente deja a muchos fuera de un proyecto social. Por eso
muchos encuentran en el fundamentalismo islámico un movimiento donde lograr una
inclusión y un sentido a sus frustraciones. También fracasaron las políticas
alimentarias a pesar de que la capacidad de producción de alimentos supera las
necesidades de la población mundial. Por otro lado, los procesos económicos
fueron fagocitados por el capitalismo financiero y por la concentración de empresas
como muestra Thomas Pikety en “El capital
en el siglo XXI” (FCE, 2014)
El fracaso de las economías a-sociales (o sea,
sin sociedad) tiene otras consecuencias profundas. El individualismo
capitalista no solo deja al margen a millones de personas sino que también
socava los vínculos familiares y sociales. Por eso es que encontramos millones
de personas viviendo solas en ciudades
como Tokyo, New York o Buenos Aires. Muchos, niños y jóvenes elaboran la idea de que la sociedad
los condena y por lo tanto asumen actitudes nihilistas: quieren destruir el
entorno social. Aparecen niños y jóvenes que destruyen escuelas, que agreden a
sus compañeros, que están dispuestos a matar a cualquiera que se interponga con
sus deseos. En casi toda América Latina se pueden alquilar jóvenes sicarios
para matar a alguien.
El
nuevo proletariado, el Cuarto Mundo, asume características diferentes de
acuerdo con los contextos sociales o culturales. En los años de 1970
encontrábamos sobre todo movimientos nacionalistas y socialistas entre los
sectores excluídos. Ahora encontramos fundamentalistas islámicos, nihilistas,
movimientos sociales alternativos, neo-fascistas.
El
fondo de la cuestión es el modelo de desarrollo mundial. Las políticas de
acumulación económica (llamadas “de crecimiento”) y las políticas extractivas y
depredadoras (petróleo, minería, soja) generaron expansión pero no desarrollo.
Encontramos también situaciones aberrantes: millones de personas sin vivienda
en España, Italia, Grecia o Alemania y al mismo tiempo millones de viviendas
desocupadas que fueron construidas para especular. Algo parecido ocurre en
EE.UU. y en China.
No
decimos nada nuevo al afirmar que la ausencia de un modelo mundial de
desarrollo repercute en políticas destructivas del medio ambiente o en
políticas sociales catastróficas. La página Web de Naciones Unidas está llena
de documentos y declaraciones sobre esta cuestión desde 1960. La bibliografía
que se puede encontrar en Internet es interminable.
A
partir de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos pareció que tanto este
país como las otras potencias dominantes iban a concertarse para cambiar el
sistema económico mundial. En lugar de eso se tomaron decisiones muy parciales
que buscaban salvar al sistema financiero. En la década del 2000 varios países
latinoamericanos reaccionaron en otro sentido buscando mejorar la distribución
del ingreso y fortalecer la capacidad del Estado para controlar la economía. Pero
se empantanaron en el clientelismo político y la corrupción. Perdieron el
rumbo. En la crisis económica europea de los últimos años no aparece una
voluntad para apoyar una estrategia transnacional que supere los límites del
capitalismo vigente.
El
hecho de enfrentar crisis tan profundas en diversos planos hace que los actores
sociales adopten actitudes nihilistas. Aquellos que hacen del narcotráfico una
salida para sobrevivir, o aquellos que se embarcan en el fundamentalismo
islámico o aquellos que rechazan las instituciones sociales o del Estado, están
movidos por sentimientos de negación o de impotencia. Crecen la anti-política,
los movimientos anti-sistemas, los partidos neofascistas y anarquistas. La negatividad se impone en el horizonte
existencial de millones de personas.
La
razón de las distintas crisis que vivimos (ecológica, social, económica, moral)
no se puede encontrar en una sola dimensión de la experiencia social. El
calentamiento global es un epifenómeno del modelo económico pero también de un
modelo cultural de desarrollo. El
nihilismo social es consecuencia de la exclusión y de la crisis moral. La
violencia del terrorismo islámico tiene
que ver con injusticias del orden internacional y con mentalidades fanáticas
que también surgen con otras ideologías en Occidente. La deslegitimación o el
derrumbe del Estado tiene fundamentos económicos, políticos y culturales. Las
políticas de los medios de comunicación social y la viralización negativa en
Internet operan como multiplicadores de una cultura de la violencia y de la
desligación social.
Todas estas crisis son efectos de las
mutaciones bio-psico- sociales que afectan la evolución de la Humanidad en las
últimas décadas. La globalización socavó los estados
nacionales. La informatización transformó las relaciones sociales y generó
nuevos comportamientos individuales y colectivos. Los cambios en la percepción
de las identidades étnicas o sexuales, los cambios en la individuación de los
niños, la emancipación de las mujeres, son procesos que alteran los sistemas
sociales vigentes. El modelo de acumulación económica centrado en el capital
financiero y en las multinacionales polarizó las sociedades y profundizó los
desequilibrios.
¿Qué
hacer frente a estos escenarios? Hace décadas que se ha planteado en Naciones
Unidas la necesidad de establecer un Pacto Mundial para un Modelo de Desarrollo
Sustentable y Solidario. Lo cual implicaría reformar el Orden Internacional.
Algo que se viene reclamando desde distintas ideologías. En un plano más
profundo podríamos decir contra toda desesperación que para salvarnos tenemos que recuperar la solidaridad y la
sustentabilidad ecológica. Nos
encontramos entonces en una instancia histórica en la que la especie necesita renovar sus
impulsos primitivos para sobrevivir. Nos
vemos obligados a inventar un proyecto de vida en común, a escala planetaria.
Diversos
movimientos y foros sociales intentan reaccionar apuntando a la reconstrucción
mundial. Todavía constituyen una minoría. Aunque parezcan el residuo de
proyectos humanistas o fósiles de la modernidad, en estos espacios se está
formulando una nueva biopolítica para la
supervivencia de la especie. El desafío es de esa escala, aunque algunos se
confundan con las coyunturas o con las particularidades.
Augusto Pérez Lindo. Dr. en
Filosofía (Universidad de Lovaina) Ex – Profesor
titular de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Profesor del Doctorado
en Educación de la Universidad de Palermo y del Doctorado en Políticas y
Gestión Universitaria de la UNTREF.
Autor de: Mutaciones. Escenarios y filosofías del
cambio de mundo (Biblos, 1993); Nuevos
paradigmas y cambios en la consciencia histórica (Eudeba, 1999); El mundo en vísperas. Filosofía y
consciencia histórica (Biblos, 2012).
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