martes, 26 de septiembre de 2017

Conferencia Facultad de Medicina Universidad Nacional del Nordeste

FACULTAD DE MEDICINA
Universidad Nacional del Nordeste
14 de septiembre de 2017
Conferencia: BIOPOLÍTICAS Y POLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN LA ERA DEL ANTROPOCENO 
Dr. Augusto PÉREZ LINDO, Ph.D., Profesor del Doctorado en Políticas y Gestión de la Educación Superior de la UNTREF

Si como dice el biólogo Humberto Maturana “vivir es conocer” podemos decir que recíprocamente “conocer es vivir”. Desde esta perspectiva las políticas del conocimiento son tan decisivas como las biopolíticas para el bienestar de las sociedades.  Por otro lado, para los profesionales de la salud y de las ciencias biológicas hoy más que nunca es necesario mantener una visión actualizada de los conocimientos científicos y de los cambios que se producen en la sociedad respecto del sentido de la vida.
Desde la Modernidad, con el Iluminismo, se afirma que “el saber es poder”, como sostuvo Francis Bacon.  El punto de vista intelectualista ya había sido asumido por Buda, Platón y otros filósofos desde la Antigüedad. Las vinculaciones profundas entre la evolución de los seres vivientes y el conocimiento ya eran reconocidas  por las culturas primitivas donde los brujos de la tribu tenían entre sus atributos la autoridad de los saberes y la capacidad para curar enfermedades.   
En la actualidad se dice que entramos en la sociedad del conocimiento porque las economías y las sociedades dependen de las tecnologías y de las ciencias. Las biotecnologías nos permiten  reproducir y modificar distintas formas de vida. Estamos creando un mundo sobrenatural. Parece que tenemos el poder para transformar el mundo de acuerdo con nuestros conocimientos.
Lo que aparentemente resultaría la apoteosis de nuestra evolución contiene también una amenaza. Estamos llegando al límite en nuestra relación con el medio ambiente. Las catástrofes naturales y sociales se han puesto en el centro de nuestro sistema planetario. Los informes científicos sobre el calentamiento global son dramáticos y categóricos.  Las contaminaciones ambientales, la superpoblación del planeta,  las explotaciones mineras,  el consumo intensivo de hidrocarburos, entre otros factores,  amenazan todos los equilibrios.
El 17 de septiembre de 2005, hace 12 años, Augusto Thibaud, un biólogo argentino, profesor de la Universidad Nacional de Luján, murió en la Antártida cuando cayó en una grieta de 80 metros. Estaba investigando los efectos del calentamiento de las aguas sobre el derretimiento de los glaciares. Y certificó con su vida la verificación de su hipótesis. Su muerte merece un recordatorio en esta conferencia porque buscaba en su investigación científica una respuesta frente a las amenazas a la vida que se encerraban en los procesos del calentamiento global.
Estamos condenados a vivir y sobrevivir mediante el uso de conocimientos. Es decir, necesitamos de las ciencias y de las tecnologías para asegurar nuestro futuro. Y por otro lado, contradictoriamente, son los usos del conocimiento aplicado a la economía o al funcionamiento de la sociedad los que nos amenazan con la autodestrucción. Estos dilemas ya fueron enunciados por los antiguos griegos en el mito de Prometeo.  Conocer es vivir, pero también utilizamos el conocimiento para destruir y para autodestruirnos. De hecho, cerca del 50% del gasto mundial en investigación esta relacionado con armamentos, defensa y seguridad.
Conocer es vivir, vivir es conocer, pero cuáles son las articulaciones virtuosas entre estas dos dimensiones?. La Ecología surgió hacia 1869 con Haeckel para defender una visión  holística de las relaciones entre la sociedad y el medio ambiente. En el siglo XIX en Europa surgieron las primeras políticas tendientes a establecer políticas sanitarias que permitieran controlar el comportamiento de las poblaciones. Michel Foucault vió en esto el surgimiento de una política de control social, que denominó “biopolítica”. El bioquímico Van Resselaer Potter creó el concepto de la Bioética en 1971 a partir de su ensayo “Bioética, un puente hacia el futuro”. Quería prever ante todo los efectos perversos de los productos químicos y farmacéuticos
 Podemos conjeturar que la aparición de teorías sobre los procesos del conocimiento, las biociencias y sus efectos sobre la sociedad pueden ser los correlatos del comienzo de la Era del Antropoceno. Esta denominación  surgió en el Congreso Internacional de Geología que tuvo lugar en Sudáfrica en septiembre de 2006. De acuerdo con esta teoría  a partir de 1950  estaríamos en la etapa evolutiva donde la intervención humana ha modificado la constitución de la naturaleza como se puede constatar por los efectos de las explosiones nucleares, de la contaminación del aire, de la destrucción de millones de árboles, de los residuos de plástico, etc.  Dejamos atrás el Holoceno que duró unos 12.000 años.  Ahora en el corazón de las montañas y en los mares, en los bosques y en las llanuras, en los cielos y en los glaciares, se sienten los impactos de nuestra civilización.
Sería coherente reconocer que a escala global necesitamos políticas que orienten los usos de las ciencias y de las tecnologías  y que necesitamos al mismo tiempo biopolíticas que nos lleven a crear condiciones de bienestar para todos. En Naciones Unidas esta preocupación dio lugar a varias declaraciones internacionales reclamando la instalación de un modelo de desarrollo sustentable.
Uno pensaría que resulta ilusorio pensar que las comunidades académicas y científicas puedan influir en el curso de los procesos globales. Sin embargo, fueron los científicos y universitarios los que llamaron la atención sobre la necesidad del desarme nuclear en los años de 1970. En la década siguiente Estados Unidos y la Unión Soviética fueron llevados a firmar acuerdos para el desarme nuclear debido a la presión de la opinión pública.
Fueron también científicos, universitarios y gente común, los que desde los años de 1980 vienen presionando por todos los medios y con movilizaciones crecientes para frenar la contaminación ambiental, para impedir la destrucción masiva de bosques y de peces, para controlar los impactos de las empresas mineras y petroleras. Fueron los investigadores de todo el mundo apoyados por miles de organizaciones sociales los que realizaron el diagnóstico sobre el calentamiento global y permitieron avanzar en los acuerdos de Tokyo y de Paris.
Peter Drucker, en su libro “Nuevas realidades” (1990) afirmaba que la creación de una economía mundial fundada en el uso de las ciencias y las tecnologías tenía como consecuencia la creación de un nuevo proletariado que él denominó el “cognitariado”. Los universitarios, los investigadores, los técnicos y profesionales forman parte de este nuevo proletariado. O sea, son actores globales. Pueden influir también en el curso de los acontecimientos. En la actualidad podemos observar, por ejemplo, como pequeños grupos o individuos con conocimientos técnicos adecuados pueden crear programas para influir sobre los individuos a nivel de las redes sociales, pueden también generar efectos perversos paralizando o alterando computadoras de millones de individuos o de organizaciones.
¿Por qué deberían converger las políticas del conocimiento y las biopolíticas? Si el futuro depende de las aplicaciones de las ciencias y de las tecnologías es evidente que necesitamos establecer orientaciones adecuadas para el uso social de esos conocimientos. En primer lugar, porque sabemos que con el capital intelectual existente podríamos resolver problemas tales como el hambre, la pobreza y las enfermedades masivas. Si hay hambre no es porque faltan alimentos sino porque faltan políticas sociales adecuadas. Disponemos de los conocimientos necesarios para multiplicar la producción de alimentos.
En segundo lugar, las biotecnologías alcanzaron un nivel de desarrollo que las ha vuelto capaces de redefinir campos tan diversos como la producción agropecuaria, la medicina, los sistemas de salud, la industria farmacéutica, las neurociencias, los sistemas de aprendizaje, la matriz energética,  etc.  También podemos observar que las empresas bio-médicas han crecido vertiginosamente en los últimos años.
Desde la década de 1930 (con el Círculo de Viena) los epistemólogos vienen intentando explicar las condiciones de la creación y de la acreditación de los conocimientos científicos. Desde fines del siglo XX se va imponiendo la idea de que las comunidades científicas y académicas tienen que ser capaces de reflexionar sobre su propia praxis mediante procesos de autoevaluación. Edgar Morin habla de la ciencia con conciencia, de la “antropología del conocimiento”.  Se trata en todo caso de un proceso que nos lleva a establecer “políticas de conocimiento” para controlar intencionalmente lo que estamos investigando y las innovaciones que estamos creando. En esta línea  han surgido en las últimas décadas los estudios sociales de la Ciencia que dieron lugar a los programas de Ciencia, Tecnología  y Sociedad.  
Desde mediados de la década de 1990 se han venido estableciendo en Argentina pautas para direccionar la investigación hacia problemas críticos, objetivos estratégicos o  temas vacantes. Esto ya está incorporado al corpus de la cultura científica y universitaria en el país y en el extranjero. Sin embargo, sigue siendo problemático definir las prioridades o detectar los temas vacantes en los avances de las ciencias.  
En nuestro caso, a pesar de las múltiples declaraciones, todavía no está claro como la comunidad científica y universitaria enfrenta las condiciones del futuro. ¿Cuál es el sistema de salud que necesitamos para el siglo XXI? ¿Cómo superar  el problema social de la pobreza con un modelo de desarrollo inteligente y solidario?    ¿Qué política industrial debemos adoptar teniendo en cuenta el cambio en la matriz energética? ¿Cómo podemos industrializar la basura de nuestras ciudades para terminar con situaciones sanitarias y sociales que podrían resolverse rápidamente con tecnologías disponibles? ¿Cómo diseñar nuevos sistemas de  transporte ferroviario, aéreo, fluvial y marítimo pensando en el futuro y utilizando nuevas tecnologías? ¿Cómo mejorar y desburocratizar los organismos públicos?
La capacidad que tenemos en Argentina para planificar hacia el futuro es muy baja. Vivimos en la coyuntura, en las próximas elecciones, en las fluctuaciones del dólar, en los conflictos políticos. En 2007 la Secretaría de Ciencia y Tecnología se organizó un ejercicio prospectivo para el 2020 tomando una serie de sectores de la realidad argentina. Ninguna agencia estatal y ninguna organización empresaria o sindical recurrió a estos estudios a fin de establecer políticas para anticipar el futuro.
El potencial científico, técnico, profesional de la Argentina es muy importante. Mañana presentaremos aquí un libro que acabamos de publicar en Eudeba  donde ofrecemos datos sobre el potencial científico y universitario. Tenemos cerca de 3 millones de estudiantes en la Educación Superior, más de 60 mil investigadores, cerca del 25% de la Población Económicamente Activa tiene estudios superiores.  Pero en contrapartida tenemos unos  300.000 graduados universitarios  y cerca de 4.500 doctores de todas las disciplinas trabajando en el extranjero. Lo que quiere decir que sufrimos un gran desaprovechamiento del capital intelectual disponible. Y esto se refleja en nuestro subdesarrollo.
Uno podría pensar que en las universidades se percibe con claridad la importancia de las políticas del conocimiento. Pero no es así. Pese a que casi todas las universidades tienen dependencias que se ocupan de los programas de investigación, no existen políticas del conocimiento en el sistema universitario. Quiere decir que tenemos un potencial científico y técnico que no aprovechamos suficientemente porque no establecimos políticas para aplicarlo en la resolución de problemas del país. El problema es que carecemos de una “inteligencia colectiva”, trabajamos y pensamos de manera atomizada, compartimentada.
En nuestro país, como en otros de América Latina, padecemos el problema de la recolección y destino final de la basura. Sin embargo, estamos en condiciones de organizar  en tres años la industrialización de la basura en todas las comunas del país. Disponemos de los profesionales y de las técnicas adecuadas. Podrían concertarse todas las facultades de ingeniería, los municipios y los gobiernos provinciales y armar consorcios para terminar con  los basurales, con los sistemas primitivos de recolección y eliminación de la basura, con sus consecuencias sanitarias y sociales perversas. Además, podría ser un buen negocio que amortizaría rápidamente los costos del programa. ¿Por qué no lo hacemos? Porque las universidades no presentan una propuesta y porque existen resistencias e intereses diversos para mantener la situación actual.  
¿Cuántas propuestas de las facultades de Medicina existen para transformar el sistema de salud? ¿Cuáles son las políticas de industrialización que proponen nuestras universidades? ¿Cuánto contribuyen las universidades al desarrollo nacional y regional? Para responder a estas y otras preguntas semejantes necesitamos elaborar políticas de conocimiento y crear un consenso estratégico entre los actores sociales. Esto convertiría a las universidades en agentes de desarrollo.
Si nos situamos en el lugar de las Facultades de Medicina podríamos imaginar algunas iniciativas para mejorar el sistema de salud y el desempeño de los profesionales de la salud.  
1°. Fortalecer la articulación de los efectores en el sistema de salud para bajar los costos y lograr una atención sanitaria universal y equitativa como en la Unión Europea;
2°. Desarrollar un modelo de Atención de la Salud 24 horas online en todo el país;
3°. Impulsar la investigación biotecnológica aplicada a las ciencias de la salud a fin de mejorar la calidad de vida de la población;
4°. Favorecer la formación transdisciplinaria de los profesionales de la salud, de los bioquímicos, psicólogos, biólogos, ecólogos, sociólogos y otros profesionales que se interesan en la calidad de vida de la población. Esto implica adoptar un modelo curricular flexible y abierto como en el Proceso de Bologna que involucra a 54 países de Europa.  
Pero hay otras razones para adoptar  biopolíticas en la investigación y en la enseñanza de las ciencias de la salud: necesitamos enfrentar en el mundo actual las tendencias agresionistas y autodestructivas. El número de homicidios, los hechos de violencia escolar, los actos terroristas, los femicidios, el asesinato de niños con fines comerciales, los suicidios de jóvenes, la muerte de miles de personas por sobredosis de drogas, se reflejan en indicadores que afectan a más de 4 millones de personas por año. Esto muestra la gravedad de los atentados contra la vida que estamos sufriendo.
Nunca como ahora los profesionales de la salud han estado tan cerca de las manifestaciones agresivas y autodestructivas porque a veces son alcanzados en los hospitales por individuos que pretenden golpearlos. Nunca como ahora pueden observar que miles de jóvenes y adultos destruyen voluntariamente su vida por la adicción a las drogas o por desviaciones criminales. El nihilismo social, la negación de la vida y de la convivencia social, avanza de múltiples formas: en la vía pública, en las escuelas, en la actividad políticas, en las expresiones culturales, en los medios de comunicación, en Internet, en los focos de conflictos armados.
Algunos, como Kenneth Galbraith denominaron a esta época como “la era de la incertidumbre”. Gilles Lipovetzky, filósofo posmoderno, habla de la “era del vacío”.  James Lovelocke, desde el ecologismo radical, presagia el derrumbe de la civilización industrial y del planeta. Profecías escatológicas y apocalípticas hay de todos los gustos. Circulan por Internet videos o dibujos animados con las visiones más siniestras. E inclusive se han formado tribus urbanas de jóvenes nihilistas, agresivos o suicidas. A la crisis de las relaciones sociales se le añade la pérdida del sentido de la vida.
Como agente de las políticas del conocimiento la misión inherente de la universidad en esta era de crisis de las relaciones sociales, sería la de sostener la cultura de la vida. Las biopolíticas aparecen como respuestas adecuadas para afrontar diversos problemas mundiales:
·         El hambre y la pobreza extrema que afecta a casi mil millones de personas
·         El desarrollo de  biotecnologías capaces de incrementar las producciones agropecuarias y de curar enfermedades humanas, pero también de modificar peligrosamente la reproducción natural de la vida
·         Las tendencias agresionistas y nihilistas de diverso orden que amenazan la vida de los individuos y las relaciones sociales.
Para las ciencias de la salud la biopolítica pertinente debería ser la de investigar y resolver problemas relacionados con la calidad de vida de los individuos y de la sociedad en general.
Si nos ubicamos frente al nihilismo social que nos amenaza es evidente que necesitamos crear una nueva consciencia social. En su libro “La evolución creadora” el filósofo francés Henri Bergson introdujo la idea del “impulso vital” como la fuerza que anima todos nuestros procesos sociales. Por su lado, antropólogos e historiadores han destacado que los grupos humanos elaboran una cierta “inteligencia colectiva” para enfrentar sus desafíos y evolucionar. Ahora nos hace falta fortalecer el aspecto vital de nuestra inteligencia colectiva si queremos evitar mayores catástrofes.
Cuando un pueblo o una sociedad carece de políticas de conocimiento y de biopolíticas adecuadas se encuentra en peligro. Es el caso de muchas sociedades en el mundo actual y en particular de la nuestra. Si esto es así parece que la misión histórica de las universidades debería ser la de fortalecer la inteligencia colectiva y las biopolíticas tendientes a lograr un bienestar colectivo. Lo que supone la búsqueda de un consenso estratégico para definir un modelo de desarrollo con uso intensivo del conocimiento y con un fuerte sentido de la vida.
 Entre las facultades de Medicina de Argentina se han establecido estándares comunes para acreditar las carreras. Esto permitió también avanzar en la construcción de un curriculum común para las profesiones médicas en el Mercosur. Hubo avances en las definiciones sobre el perfil de la profesión médica. Pero aún resta por acordar puntos de vista sobre el conjunto de los profesionales que intervienen en los problemas de la salud.
Pensando en el presente y en las próximas décadas para nuestro país es evidente que deberíamos aprovechar al máximo todo el potencial educativo, científico y técnico de que disponemos para crear otro modelo de desarrollo con uso intensivo del conocimiento y con un enfoque igualitario. ¿Cómo lograr esto a nivel del sistema de salud? Tendríamos que ilustrarnos con la experiencia de los países de Europa del Norte sin olvidar que tenemos contextos de pobreza y desorganización muy peculiares.
También deberíamos preguntarnos qué podemos aportar desde las Biopolíticas para revertir las tendencias agresionistas de nuestra sociedad. Las facultades de ciencias de la salud tienen que intervenir en los medios de comunicación para neutralizar toda la cultura agresionista que circula en la televisión y en Internet. Han surgido informalmente espacios o páginas web destinadas a difundir conocimientos médicos, psicológicos, farmacéuticos y otros. Las Facultades de Ciencias de la Salud tienen que ocupar un espacio permanente en la cibercultura, deberíamos tener hospitales online cuyo principio orientador sería difundir la cultura de la vida.
Desde el punto de vista de las políticas del conocimiento necesitamos saber cuál será el perfil del médico, de las enfermeras, de los bioquímicos, de los psicólogos, de los odontólogos y de los distintos especialistas en los próximos diez, veinte o treinta años. Todavía no estamos asimilando los impactos que sobre estos campos están teniendo las investigaciones genéticas, de la biología sintética, de las  biotecnologías o de la bio-informática.  
Ya están entrando en el mercado profesional los ingenieros médicos o los bio-ingenieros, un híbrido entre las ciencias de la salud, la ingeniería informática y las biotecnologías. Deberíamos disponer de un informe periódico cada tres años sobre la evolución de las profesiones, las ciencias, las tecnologías y las necesidades de la sociedad. A partir de este Observatorio podríamos definir mejor los proyectos de investigación, los cambios curriculares, el perfil de los docentes y los servicios a la sociedad.
Conocer es vivir, vivir es conocer. Esto es válido tanto a nivel de los organismos unicelulares como a nivel de las complejas organizaciones humanas. Para nosotros las políticas del conocimiento son tan importantes como las biopolíticas sin queremos sobrevivir en la Era del Antropoceno. Asumir este nuevo paradigma implica repensar el perfil de los profesionales de la salud, reformar las estructuras institucionales, enfrentar nuevos objetos de investigación.
Todos los graduados universitarios, y en general todos los ciudadanos de esta Era Global, debemos pensar en las políticas del conocimiento que pueden definir nuestro desarrollo y nuestro futuro. Pero estamos acostumbrados a creer que en el sistema mundial solo se juegan objetivos políticos, económicos o militares.  Deberíamos familiarizarnos con los estudios sociales de la ciencia para participar en la construcción de un modelo de desarrollo inteligente y solidario.
Por sobre todas las cosas debería preocuparnos el futuro de nuestros jóvenes y la compleja trama de crisis que amenazan sus posibilidades de una vida digna. Socializar a los jóvenes constituye más que nunca una misión central de la universidad. Brindarles valores, competencias cognitivas y sociales, más allá de la especialidad que elijan debería ser el centro de la formación básica universitaria. De hecho, la formación humanista ha renacido en Europa, en Asia y en América. Vivir es conocer, conocer es vivir, esto quiere decir que el camino de la superación de los desafíos actuales pasa por el conocimiento y por la consciencia de la vida.





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